"Llegó el dia de la apertura del restaurante. Bajo los focos de la cocina, deficientemente ventilada, Araníbar, el cocinero, con su altísimo gorro blanco, tenía ya los fogones llenos de cacerolas y sartenes, mientras Juanita, su mujer, con un amplio mandil de hule, esperaba ante la fregadera a que empezaran a llegar los platos sucios.
Delante de la puerta de entrada, se alineaban las muchachas de servicio, firmes y con el paño blanco al hombro. Las de Régil, de cara lavada y lozana, estaban muy intimidadas. Recién llegadas desde el caserío, la aventura que habían emprendido las asustaba. Las dos francesas, ya duchas en el oficio, ajadas, maquilladas y con los labios grasientos y desbordantes de pintura, esperaban con mucha desenvoltura la llegada de los primeros clientes.
Perico, el botones, sobrino de la cuñada de Larrabeiti, ufano con su flamante chaquetilla roja, estaba emocionado ante los inicios de su primera actuación. En el bar, María y Miguel--éste con chaqueta blanca--estaban ya preparados detrás de la barra. Se miraban sonrientes, sin casi darse cuenta de que aquello no era un juego.
Para la inauguración fueron invitados varios dirigentes de la República española. (Nota mia: lástima que no den nombres...). Éstos se habían refugiado en la capital francesa, donde no permanecían inactivos, y desde allí esperaban ver el final de la sangrienta contienda que marcaría el rumbo futuro de sus vidas. Tambien se invitó a literatos, artistas y hombres destacados de la España liberal, que contemplaban de lejos los trascendentales acontecimientos. El embajador Osorio y Gallardo inventó una excusa para justificar su ausencia, pero acudieron varios ministros de la República y el Consul General con su esposa. (Nota mia: una vez mas sin nombres...)
Miguel y María, inexpertos en estas lides, y aun a pesar de cometer algunas torpezas, manejaron con bastante soltura la cafetera exprés, "tiraron" sin demasiada espuma la cerveza del barril y manipularon con relativa serenidad las botellas de complicadas marcas y variados colores. Afortunadamente, se había decidido no servir "garrafa" (Nota mia: la sangría escarchada) aquel dia. Al siguiente, en el bar y el comedor, funcionaba todo con normalidad y fueron apareciendo caras conocidas. Aquel restaurante, por un fenómeno nada extraño y fácil de explicar--pues la mayoría de los que se refugiaron en París eran de izquierdas--, fue desde el principio el lugar de reunión de todas las personas importantes de la España roja.
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The day of the restaurant's opening arrived. The cook, Araníbar, with his tall white hat had everything ready, the pots and pans, while his wife Juanita, with her long plastic apron, was ready to wash the first dishes.
At the entrance, the waitresses lined up with a white napkin over their shoulders. The Basque ones, with their soap-washed faces were a bit worried with their new responsibility while the two French ones, more experienced, heavily made-up, pouting lips smeared with lipstick, sure of themselves, awaited the clientele.
Perico, the bellboy, nephew of Larrabeiti's sister-in-law, was very happy with his flashing red jacket, awaiting his first "performance". In the bar, María and Miguel were already prepared behind the bar. They smiled and looked at eachother without realizing that it wasn't a joke.
For the inauguration various leaders of the Spanish Republic had been invited as well as other intellectuals, artists and important Spanish liberal personalities.
Miguel and María unexperienced as bar attendants, managed themselves quite well with the Expresso Coffee Machine, drawing beer without too much foam, and managing the various complicated drink brands and colours. The following day everything went smoothly and familiar faces appeared. The restaurant became, right from the beginning, the meeting place for the "intelligentsia" of the "red" Spain.