"--Doña María. Hoy es el santo de mi mujer--dijo un día José, el chófer--. Cuando don Miguel regrese esta tarde de la mina, vénganse a mi casa a tomarse unos vasos de Montilla y unos pestiños riquísimos, hechos por mi Mari Paca.
Por no desairar a José, aceptaron la invitación. La casa de José estaba casi en el campo. Tenía una sola planta, pero las paredes eran muy sólidas, de piedra, y la cubierta, de tejas bien cocidas. El dinero no había llegado para comprar unas baldosas para el pavimento, así es que el suelo era de tierra bien apisonada.
Desde la entrada, se llegaba, por un ancho pasillo, hasta el corral, que estaba totalmente rodeado de tapias, de modo que el burro, la cabra y los dos cerdos tenían que pasar por el medio de la casa cuando salían al campo. A ambos lados del pasillo, se abrían dos puertas. La de la izquierda daba al cuarto del matrimonio y los dos niños, y por la de la derecha, se accedía a la cocina. La puerta del dormitorio era de madera maciza, pero la de la cocina consistía en una cortina de arpillera.
El suegro del chófer, Martinillo, un viejo menudo, fuerte y de ojos muy vivos, vivía con ellos. Era el sepulturero de Candera. Martinillo tenía su cama en la cocina.
José y su mujer se desvivieron por obsequiar a María y Miguel. El vino era bueno y los pestiños estaban deliciosos, pero María los comió con mucha aprensión: la cama del sepulturero estaba entre el fogón y la artesa de amasar.
Los dos niños correteaban alrededor de ellos, y María se fijó en una especie de marioneta, muy graciosa, que el mayor de los chicos manejaba con gran destreza.
--¿Dónde han comprado ese muñeco?--preguntó María.
--No lo hemos comprado--explicó Mari Paca--. Lo hizo mi padre. Ha hecho varios. ¡No sabe lo bonitos que son! Tienen que ir ustedes un dia al cementerio.
--¿Al cementerio?--exclamó María, extrañada--, al cementerio, ¿para qué?
--Los hace en el depósito del cementerio. Allí los tiene bien guardaditos. De vez en cuando, regala uno a sus nietos.
--Vengan ustedes una tarde a verlos--intervino Martinillo. Yo estoy allí todo el día, así es que pueden venir cuando quieran.
Le prometieron ir, y siguieron hablando de otras cosas.
José les dijo que los bilbaínos habían observado que, en las piedras de la pared de su casa, había señales de wólfram. Le habían propuesto comprarle la casa por cuatro veces más de lo que a él le había costado, teniendo tambien en cuenta su trabajo, pues la casa estaba totalmente construida por él.
--La casa la quieren para destruirla y extraer el mineral de sus piedras, y eso no lo consiento yo. Dicen que, además del dinero que me den, me construirán una casa más grande y mejor que ésta, con azulejos de colores en las paredes y baldosines en el suelo, pero yo no quiero nada. Esta casa no la he comprado, la he hecho con mis propias manos, y no la vendo por todo el oro del mundo.
Por más que insistieron los bilbaínos, no hubo modo de hacerle desistir de su decisión".
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AN IMPOSSIBLE PURCHASE
--Doña María, today is my wife's feastday-- said José, the driver--. When don Miguel comes back from the mine, this afternoon, come over to my house to have a drink of sherry and eat delicious honey-dipped fritters made by my Mari Paca.
In order not to be rude, they accepted the invitation. José's house was nearly in the countryside. It was a one-floor construction with very strong stone walls and a solid-tiled roof. Money had run out in order to buy floor-tiles, so the floor had well-tamped soil.
From the entrance, through a wide hallway, one reached the pen. It was completely surrounded by walls, therefore, the donkey, goat and two pigs had to pass through the middle of the house when taken outside. On both sides of the hallway, two doors opened. The one on the left led to the couple's bedroom and their two children, and the one on the right to the kitchen. The bedroom's door was solid wood but the kitchen had only a simple sackcloth curtain.
The driver's father-in-law, Martinillo, a slight strong old man, with twinkly eyes, lived with them. He was Candera's grave-digger. Martinillo had his bed in the kitchen.
José and his wife were extremely obsequious towards Miguel and María. The wine was good and the honey-dipped fritters, delicious. María, however, was a bit apprehensive eating them because the grave-digger's bed was between the stove and the kneading table.
The two children ran around them and María noticed a sort of string-puppet which the older boy handled with great expertise.
--Where did you buy that puppet?--María asked.
--We didn't buy it--Mari Paca explained--. My father made it. He's made quite a few. You can't imagine how beautiful they are! You have to go one day to the cemetery.
--To the cemetery!?--María bewilderingly exclaimed--, to the cemetery? For what?
He makes them in the cemetery's deposit. He keeps them there, well stashed away. From time to time he gives one to his grandchildren.
--Come to see them some afternoon--Martinillo intervened. I'm there all day so you can come whenever you want.
They promised they would, and continued talking about other matters.
José told them that the "Bilbaínos" had observed that in the stone walls there was tungsten/wolfram. They had offered to buy his house for four-times its worth. Taking into account his work because he had built it entirely by himself.
-- They want the house to destroy it and extract the mineral from its stones and I won't accept that. No way. They say that, besides the money they will give me, they will also build a bigger and better house than this one with coloured tiles on the walls and floor-tiles but I don't want anything. I haven't bought this house, I made it with my own two hands and I wouldn't sell it for all the money in the world.
Even though the "Bilbaínos" insisted, nothing made him change his mind.