"En el teléfono público, el calor de una pequeña estufa, cuyo tubo de humos salía a la calle a través de un cristal de la ventana, atraía a bastante gente, y raro era que faltase don Emiliano, que seguía cortejando a la telefonista. Miguel entró en el teléfono público a pedir una conferencia. Mientras la esperaba, apareció Daniel, quien, al ver a Miguel, le dijo:
--He encontrado algo más. Espéreme un momento.
Subió las escaleras del hotel, y al poco tiempo entregó a Miguel un paquetito de papeles atados con un trozo de liza.
--Me parece que esto forma parte de lo que estaba en la carpeta.
Por la noche, María y Miguel leyeron con gran interés el contenido de aquellos papeles.
"... En Madrid hizo la vida corriente de los estudiantes. Acudía con cierta frecuencia a las clases, y, gracias a su excelente memoria, las asignaturas no le resultaban difíciles. Le bastaba un par de horas de estudio. El resto del día lo dedicaba a recorrer todos los rincones de Madrid.
"De tanto en tanto, visitaba los museos, y los jueves asistía a clase de dibujo en una academia. Se paseaba a veces por el Retiro y la Moncloa, con un álbum bajo el brazo y un lápiz en el bolsillo, tomando apuntes de todo lo que veía: una hoja, un pájaro, la rama de un árbol o de un arbusto, una flor, una brizna de hierba... En ocasiones, se tumbaba en el césped para poder dibujar mejor el tallo de una flor o las patas de un insecto.
"Muchas tardes iba a la Guindalera. En aquel destartalado barrio había un taller de forja que lo atraía poderosamente. Estaba situado en una calle desierta, formada por la tapia de ladrillos descarnados y sucios de una fundición de bronce y las paredes medio derruidas de un déposito de carbones. Por encima de esas paredes, asomaban las copas de tres árboles raquíticos, con las hojas cubiertas de polvo negro. En el fondo de la calle sin salida, se amontonaban calderos viejos, chapas retorcidas y hierros roñosos. A través de un arco de ladrillos carcomidos, se pasaba a un patio lleno de escorias de carbón, recortes de chapa y trozos de hierro. En el fondo del patio aparecía el taller. Era un pabellón oscuro, de alto techo, con armaduras metálicas. Junto a la fragua, que ocupaba el centro, había dos yunques. Unos hombres descamisados y sudorosos, protegidos con mandiles de cuero, trabajaban a la luz de tizones, pues la claridad que entraba por los empolvados cristales de las ventanas apenas era capaz de iluminar el taller. De vez en cuando, una llama más viva de la fragua hacía resplandecer las caras relucientes de sudor de los forjadores. Los musculosos brazos desnudos, armados de los pesados martillos, machacaban el hierro sobre el yunque, entre torbellinos de chispas. Un viejo flaco y andrajoso hacía funcionar el fuelle, cadenciosamente, sobre las brasas.
"En un rincón, junto a la ventana por la que se filtraba una luz tenue y lechosa, un viejecillo calvo, con gafas gruesas, daba golpes con un martillo sobre un pequeño yunque. Su mano izquierda empuñaba unas pinzas, con las que sujetaba la reja de hierro en miniatura que estaba trabajando. Era Juan Bravo, el dueño del taller, y también el creador de los modelos que habían de ser después ejecutados en gran formato por sus operarios.
"Este consumado artista, al igual que el forjador de Guadamur, sentía tal amor por las piezas que salían del taller, que lo supeditaba todo a que la labor fuese perfecta, sin reparar en los beneficios que pudiera aportarle. Quienes conocían su forma de actuar, solían decir:
"--¡Así le ha lucido el pelo!" (Continuará)
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NEW FACTS ON THE "LITTLE BLACKSMITH" (1)
Due to a small heater, which smoke filtered out through a tube in a window, the public telephone attracted many people, among them, of course, don Emiliano who still courted the telephone operator. Miguel went in to place a long-distance call. While he waited, Daniel showed up. As soon as the latter saw him, he said:
--I found something else. Wait a moment.
He went up the hotel's stairs, and came down with a little package of papers tied with a string.
--I think this is part of what was in the briefcase.
That evening, María and Miguel read the contents with great interest.
"... In Madrid he led a normal student's life. He attended classes regularly and, thanks to his excellent memory, the subjects were not difficult. He needed only two hours of study. He spent the rest of the day visiting all of Madrid's nooks and corners.
" From time to time, he visited museums and on Thursdays he learnt drawing in an academy. Sometimes he would go to the Retiro Park and Moncloa with an album under his arm and a pencil in his pocket. He drew everything he saw: a leaf, a bird, a branch of a tree or of a bush, a flower, a grass blade... He even laid down on the grass in order to draw a flower stem or an insect's legs, better.
"Many afternoons he went to the Guindalera. In that dilapidated district, there was a forge workshop that attracted him immensely. It was situated on a deserted street, between a wall of bare, grimy bricks of a bronze foundry and the half-demolished walls of a charcoal pit. Above the walls, the tops of three scrawny trees, their leaves covered in black dust, stood out. At the bottom of that dead-end street, old cauldrons, twisted metal sheets and rusty irons piled up. Across an arch of decayed bricks, there was a patio full of charcoal slags, cut-off metal plates and iron pieces. The workshop was at the back of the patio--a dark pavilion, with a metal-framed high ceiling. Next to the forge, which was in the centre, there were two anvils. Shirtless and sweaty men, protected by leather aprons, worked at the light of burning sticks as the clarity of the dusty windows hardly lit the workshop. From time to time a flaring flame would illuminate their shiny, perspiring faces. Their naked muscular arms, holding heavy hammers, pounded the iron over the anvils amongst a whirlwind of sparks. A skinny and ragged old man worked the bellows rhythmically over the embers.
"On a corner, next to the window from which a soft, milky-white light entered, a slight old bald man, with heavy glasses, hammered over an anvil. In his left hand he had pincers holding a miniature iron grille on which he was working. He was Juan Bravo, the owner of the workshop and also the designer of the models that would later be made in larger sizes by his workers.
"This dedicated artist, as was the Guadalmur forger, felt such love for the objects that came out of his workshop, that everything else didn't matter as long as it turned out perfect, never giving a second thought to the possible profits. Those who knew the way he worked, used to sigh:
"--That's how he is!" (It will continue)
19 comentarios:
El Herrerillo descubrió un paraíso.
Besos.
Como le encontró la vuelta lejos de su padre y que gustito le etsá tomando a la Capital.
Imposible no imaginar el cuadro de "La fragua de vulcano" de Velázquez al leer el relato, eh!.. jajaja
Bezos.
Me temo que ya nadie tiene ese amor por las cosas que hace.
Besos.
Al final la cabra tira al monte. Por mucha ciudad y mucho museo que había acabó el destino le llevó hacia su pasión.
Besos
TORO, sí, lo encontró entre todos esos trozos de hierro retorcidos... Besotes, M.
MYRIAM, pues sí, encontró su LIBERTAD. Besotes, M.
THIAGO, ay, sí, con todos esos muchachos medio desnudos... Por cierto ¿sabes dónde está la Guindalera? No me suena de nada. Besotes, M.
PEDRO, ¡Sabía que ibas a decir eso! Tienes razón. Besotes, M.
ASUN, pues sí. La cabra tira al monte y encontró su paraiso como dice TORO. Veremos cuánto le dura... Besotes, M.
La guindalera,guindalera....
Aqui estoy ni en la guindalera,en el monte con las cabras u otro ocurrente lugar.
Estoy en la calle los Herreros de Burgos.
Qué suerte tenía aquel que se tumbaba en el cesped para dibujar el tallo de una flor o las pata de un insecto.
Yo con mis trapicheos me parece ya imposible que pueda disfrutar de esa manera..., y esa tranquilidad y paz interior. Quizás el dios en quien no creo me haya castigado por haber sido un crápula en mi juventud.
Besos Merche, en espera de un buen apretón
Veo que al final sabremos qué pasó con el herrerillo.
MIGUEL V. ¡Preciosa la foto y muy ad hoc! Besotes, M.
ANTONIO AGUILERA, sí, que gozada poder tenderse en el cesped para captar el tallo de una flor o las patas de un insecto... Yo no podría aunque quisiera porque dibujo ¡fatal! Bueno, fatal es poco, no puedo dibujar nada de nada. Soy un cero a la izquierda en ese tema (al igual que en muchos otros...).
Veo en mis links que has escrito otro post. Voy rauda a visitarte. Besotes, M.
AMELCHE, buenooooo, no repiques campanas todavía... Besotes, M.
Era un artista, qué duda cabe. Mirar las flores, las hojas, los bichillos...qué pérdida de tiempo pensarían algunos que no saben...no saben que, a veces, se gana mucho perdiendo.
Un abrazo, nos vemos
Era un artista, qué duda cabe. Mirar las flores, las hojas, los bichillos...qué pérdida de tiempo pensarían algunos que no saben...no saben que, a veces, se gana mucho perdiendo.
Un abrazo, nos vemos
ABEJITA, sí, era un artista porque para hacer todo eso se necesita vocación... Besotes, M.
Pensé igual que Thiaguito.
Tu tía un 10.
BIPO, sí que recuerda a ese cuadro, sí. Besotes, M.
La artesanía sólo es valorada si se consigue un buén promotor.
PACO CUESTA, pues tienes razón. Hoy en dia todo es marketing... Besotes, M.
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