"El camión había salido de Candera ya de noche y se detuvo en Marmolejo, donde Miguel durmió en el hotel balneario. José, el chófer, regresó a Candera en el carro de un carbonero, y Miguel, con un nuevo conductor, reemprendió el viaje a Sevilla a las cuatro de la mañana. En la cabina viajaban el chófer, Miguel y un cuñado del hotelero de Marmolejo, a quien no tuvieron más remedio que admitir. Con el motor del camión ya en marcha, un individuo, que dijo ser pariente de José, suplicó que lo llevasen, pues precisaba estar en Sevilla aquella misma tarde.
--Monte usted atrás--le dijo Miguel--. Aquí ya ve usted que no hay sitio.
El individuo montó en el camión y se acomodó como pudo entre los sacos de mineral. Habían recorrido treinta o cuarenta kilómetros, cuando unos golpes atropellados sonaron en el techo de la cabina. El chófer detuvo el camión, y Miguel bajó para ver lo que pasaba.
La mañana era heladora. La escarcha cubría los campos y blanqueaba peligrosamente los olivares. El individuo que se había instalado entre los sacos de wólfram, tartamudeante y lívido, aterido de frío, rogaba que lo sacasen de allí. Estaba medio helado y casi no podía moverse. Lo llevaron hasta una taberna del camino, y después de bajarlo, le dieron a beber unos tragos de Cazalla, para hacerlo reaccionar. Luego lo envolvieron en una manta que sacaron de la caja de herramientas para que entrase en calor y le echaron encima la piel de cordero que el chófer llevaba a sus pies. Y allí quedó, junto a la candela del tabernero, mientras éste le calentaba un caldo y su mujer le preparaba unas gachas con chorizo.
El camión continuó su viaje hacia Sevilla, pero Miguel, a pesar de que habían dejado a aquel hombre bastante repuesto, no podía evitar cierta preocupación. ¿Habría cogido una pulmonía? Sin embargo, al conductor del camión, inexplicablemente, le hizo mucha gracia lo ocurrido y empezó a reir a carcajadas. Durante todo el camino, cada vez que se acordaba del viajero medio helado, reía hasta que los ojos se le llenaban de lágrimas.
El almacén de Sevilla era enorme, de una sola nave. Miguel pensó que podría haber sido un hangar para aviones en los principios de la aeronáutica, pero ninguno de los que estaban allí pudo aclararle con certeza el origen de aquel cobertizo.
Los sacos de mineral formaban montañas que llegaban hasta las claraboyas del techo. Poca o ninguna diferencia se notó cuando se añadieron los que venían de Candera.
--Probablemente, ni un solo saco de los que están en este almacén saldrá de aquí--dijo a Miguel uno de los encargados--. Los ingleses no necesitan wólfram, pero quieren impedir que lo compren los alemanes, a quienes les empieza a faltar este mineral tan necesario para su armamento.
Cuando Miguel regresó al pueblo, las mujeres todavía estaban fregando la casa. No había más remedio que refugiarse en la oficina, donde un brasero de buen picón templaba el ambiente, porque el resto de la casa, con todas las ventanas abiertas para que se evaporase la humedad producida por tanto lavado, resultaba inhabitable."
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TRANSPORTATION UNDER ICY WEATHER
The truck left Candera at night and stopped in Marmolejo where Miguel slept in the Spa's hotel. José, the chauffeur, went back to Candera on a charcoal driver's cart and Miguel, with a new driver, continued the trip to Seville at 04:00 a.m. In the cabin travelled the driver, Miguel, and the Marmolejo hotel owner's brother-in-law, who they didn't have any other choice but to admit. As soon as the lorry's engine started, another individual, who said he was related to José, pleaded to be taken with them as he had to be in Seville that same afternoon.
--Get on the back--Miguel said--. Here, as you can see, there's no room.
The individual climbed up on the back and sat, as well as he could, between the mineral sacks. After they had driven thirty/forty kilometres, some hurrying and desperate knocks were heard on the cabin's roof. The driver stopped and Miguel went down to see what was happening.
It was a freezing morning. Frost covered the fields and, dangerously, whitened the olive groves. The individual who was installed among the wolfram sacks, stuttering and livid, frozen to death, begged them to take him out of there. He was partly frozen and could hardly move. They brought him down and took him to a nearby tavern where they gave him a strong liqueur in order to revive him. Afterwards, to warm him up, they wrapped him in a blanket they took out of the tool box, and put the lamb-skin rug that the driver had at his feet, over him. And there he stayed, next to the chimney, while the tavern owner heated up some broth and his wife cooked him some corn porridge with pork sausage.
The truck continued its trip to Seville, but Miguel, although they had left the man quite recovered, was still worried. Had he caught pneumonia? While the driver, inexplicably, thought it all very funny and started laughing his head off. During the whole trip, whenever he thought about the half-frozen traveller, he laughed until tears filled his eyes.
The warehouse in Seville, of only one plant, was enormous. Miguel thought that it could have been a hangar for airplanes at the dawn of aviation, but no one who was there could confirm the certainty of the origin of the place.
The sacks formed mountains that reached the roof's skylights. Little or no difference was made when they added those coming from Candera.
--Probably, not one sack that's here will come out of the warehouse--said one of the men in charge, to Miguel--. The English don't need wolfram, but they do want to prevent the Germans from buying it, since they're in dire need of this mineral for their armament.
When Miguel returned to Candera, the women were still scrubbing the house. There was no alternative but to stay in the office where a brazier of hot coals warmed up the room. The rest of the house, with the windows open in order to evaporate the humidity due to all the cleaning, was uninhabitable.
13 comentarios:
Ya se sabe que la pulmonía produce mucha hilaridad.
Besos.
Tu tía era muy observadora, desde luego y muy detallista. Es verdad que a mucha gente les hace mucha gracia la desgracia ajena. Es terrible, cari.
y me preguntó yo pq el wolfram servía para el armamento alemán y no para el inglés? bueno, la verdad es que el propio nombre suena más alemán que inglés, eso si, jaaj
Bezos.
Pobre hombre. El que iba arriba del camión, digo. Hasta a mi me ha entrado frío leyéndolo.
Como dice THIAGO, a muchos impresentables les da mucha risa el mal ajeno.
Un beso
Un poquito sádico el chofer... Y si a él le hubiera tocado ir a atrás, también se reiría tanto?
Yo siempre digo que el exceso de limpieza y de lavado trae consecuencias graves, jajajaja!!
BESOTES PRECIOSA Y BUENA SEMANA!
Mi padre fue camionero. Sé lo que eran aquellos viajes, poco que ver con los de ahora.
Besos.
TORO, ¿Qué cosas, eh? Increible. Besotes, M.
THIAGO, es que los ingleses no lo necesitaban para su armamento eran los alemanes los que sí, entonces los ingleses lo guardaban para que no les llegase. Lo pagarían ellos, supongo yo, o sea que al ingeniero Rezola le daba igual quien se llevaba el mineral con tal de recibir la "pasta". Muchos besotes, M.
ASUN, siempre he odiado los que se ríen del mal ajeno. Lo encuentro muy cruel por eso odié a los duques. Besotes, M.
STANLEY, desgraciadamente hay muchos impresentables que se rien de las desgracias ajenas. Pero como todo se paga en esta vida, a ese chófer seguro que le llegó su escarmiento. Y, sí, lo de la limpieza excesiva trae sus consecuencias, je,je... Besotes, M.
PEDRO, pero ¿no fue ferroviario? Besotes, M.
¡QUé duro, QUé duro!
Necesito, amiga, un poquitín de tiempo. Un poquitín nada más. Mientras, recibe mi abrazo.
MYRIAM, ¡Durísimo! Besotes, M.
JOSÉ ALFONSO, no te preocupes. Ven cuando quieras. Besotes, M.
GRACIAS MIS QUERIDOS
Las relaciones internacionales tienen esas cosas.
PACO CUESTA, pues sí. Besotes, M.
qué cosa más tonta los negocios de la guerra.
BIPO, pues muchos se forran. Les vienen muy bien las guerras. Besotes, M.
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