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Capítulo LX - 2ª parte de nuestra lectura colectiva en el blog "La Acequia" de Pedro Ojeda Escudero (sin traducción al inglés).
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Chapter 60 - 2nd part of our joint reading in Pedro Ojeda Escudero's blog "La Acequia" (without an English translation).
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Tenemos a nuestros héroes de camino a Barcelona "...sin tocar en Zaragoza: tal era el deseo que tenía de sacar mentiroso aquel nuevo historiador que tanto decían que le vituperaba". (Otra puya al Avellaneda).
Les llegó la noche "entre unas espesas encinas o alcornoques..." parece que Cide Hamete no lo especifica bien. Se acomodaron, amo y escudero, contra los troncos y "...Sancho, que había merendado aquel día, se dejó entrar de rondón por las puertas del sueño...". Pero Quijo, no; no puede dormir; está dando vueltas a lo que pasó en la Cueva de Montesinos y lo que le dijo el mago Merlín sobre el desencantamiento de Dulcinea "...Desesperábase de ver la flojedad y caridad poca de Sancho su escudero, pues a lo que creía, solos cinco azotes se había dado...". Decide azotarle él.
Se acerca a Sancho, habiendo cogido las riendas de Roci, y "...comenzole a quitar las cintas...en que se sustentaban los greguescos..." En ésto Sancho se despierta y pregunta "--¿Qué es ésto? ¿Quién me toca y desencinta?" "--Yo soy--respondió don Quijote--, que vengo a suplir sus faltas y a remediar mis trabajos: Véngote a azotar, Sancho, y a descargar en parte la deuda a que te obligaste. Dulcinea perece, tú vives en descuido, yo muero deseando...". Le dice que le tiene que dar por lo menos dos mil azotes.
Sancho no está por la labor. Le dice que se quede quieto "...que nos han de oir los sordos". Los azotes tienen que ser voluntarios y no "por fuerza" que él cumplirá con su palabra pero ahora no le apetece azotarse. Le da su palabra "de vapularme y mosquearme" cuando se tercie. Quijo no está dispuesto a que se salga con la suya y, mientras trataba de ponerle las posaderas al aire, Sancho arremete contra su amo, le echa una zancadilla y "...dió con él en el suelo boca arriba, púsole la rodilla derecha sobre el pecho y con las manos le tenía las manos de modo que ni le dejaba rodear ni alentar." (No es por nada, pero ésto es bastante homo...). Quijo le acusa de traidor "¿Contra tu amo y señor natural te desmandas? ¿Con quien te da su pan te atreves?" Sancho le contesta que ni quita ni pone rey "...sino ayúdome a mí, que soy mi señor."
Le hace prometer que no le azotará, a lo que Quijo le contesta con la estrofa de un romance de los Infantes de Lara (Rico dixit) "aquí morirás traidor, enemigo de doña Sancha". Pero sucumbe y le promete que no le azotará. Sancho le libera y se aparta de allí un buen trecho, arrimándose a otro árbol dónde se pega un gran susto porque "...sintió que le tocaban en la cabeza y, alzando las manos, topó con dos pies de persona, con zapatos y calzas. Tembló de miedo, acudió a otro árbol, y sucediole lo mismo." Le llama a Quijo a gritos. Éste acude raudo y le pregunta "...qué le había sucedido y de qué tenía miedo...". Sancho le dice que los árboles tienen pies "...y piernas humanas". Le tranquiliza diciéndole que son ahorcados "...que por aquí los suele ahorcar la justicia...de veinte en veinte y de treinta en treinta..." Señal ésta de que están cerca de Barcelona.
Se alejan de allí, mirando hacia arriba, donde vieron"...los racimos de aquellos árboles, que eran cuerpos de bandoleros". Al amanecer se les presentan más de cuarenta bandoleros "vivos", diciéndoles en catalán, "...que estuviesen quedos y se detuviesen, hasta que llegase su capitán". Quijo está desarmado (su lanza reposa contra un árbol). Espera acontecimientos. Los bandoleros acudieron "...a espulgar al rucio" a saquear las alforjas y la maleta. Sancho se preocupa por sus 200 escudos que tiene guardados "...en una ventrera" ceñida a su cuerpo.
Aparece Roque Guinart, el capitán. Ordena a sus "escuderos" (así se llamaban los bandoleros) que devuelvan todo lo que habían robado. Se fija que Quijo está triste y melancólico. Le dice que no esté triste pues no ha "...caido en las manos de algún cruel Osiris" (Busiris, Rico dixit) sino en las de Roque Guinart "...que tienen más de compasivas que de rigurosas". Quijo dice que no está triste por eso sino por estar desarmado y no haber cumplido con las reglas de la caballería ya que él es don Quijote de la Mancha "...aquel que de sus hazañas tiene lleno todo el orbe."
Roque sabe que "...don Quijote tocaba más en locura que en valentía...". Le había oido nombrar pero nunca se tomó en serio sus hechos, no obstante estaba contento de tenerlo "...para tocar de cerca lo que de lejos de él había oído". Le dedica unos halagos cuando "...sintieron a sus espaldas un ruido como tropel de caballos, y no era sino uno solo, sobre el cual venía a toda furia un mancebo...". Resulta que el mancebo era una manceba, Claudia Jerónima. (Curioso que vuelva a aparecer ese nombre: Jerónima). Venía a buscar a Roque para que le ayudara a recomponer su honra. Parece ser que "Vicente Torrellas, hijo...viome, requebrome, escuchele, enamoreme, a hurto de mi padre, porque no hay mujer, por retirada que esté y recatada que sea, a quien no le sobre tiempo para poner en ejecución y efecto sus atropellados deseos." (¡Toma misoginia!) Cae rendida, él le promete matrimonio pero luego se entera que se va a casar con otra. Va en su búsqueda y le descerraja "...dos balas en el cuerpo". A continuación una disertación sobre el mal de los celos "...las fuerzas invencibles y rigurosas de los celos...".
Antes de morir, Vicente Torrellas hijo, admite que no le ha sido infiel y que quiere casarse con ella. Se casan. El muere. Ella se va a un convento donde tiene una tía abadesa. "Alabole Roque su buen propósito, ofreciéndosele a acompañarla hasta donde quisiese y de defender a su padre de los parientes y de todo el mundo, si ofenderle quisiese." Claudia Jerónima rehusa la oferta.
Vuelve Roque donde están sus escuderos a los cuales Quijo les estaba " ...haciéndoles una plática en que les persuadía dejasen aquel modo de vivir tan peligroso así para el alma como para el cuerpo; pero como los más eran gascones, gente rústica y desbaratada, no les entraba bien la plática de don Quijote". Roque le pregunta a Sancho si le "...habían devuelto y restituido las alhajas y preseas que los suyos del rucio le habían quitado." Sancho responde que sí, menos "...tres tocadores (¡vuelven los tocadores!) que valían tres ciudades."
Uno dice que los tiene y "...no valen tres reales". Quijo interviene diciendo que así es pero que su escudero los estima así "...por habérmelos dado quien me los dio." Roque zanja el asunto repartiendo equitativamente "...todos los vestidos, joyas y dineros y todo aquello que desde la última repartición habían robado...".
A todo ésto aparece un tropel de gente. Roque manda saber quienes son. Mientras esperan, Roque admite a don Quijote "...le confieso que no hay modo de vivir más inquieto ni más sobresaltado que el nuestro." Admite que normalmente es "...compasivo y bienintencionado, pero, como tengo dicho, el querer vengarme de un agravio que se me hizo, así da con todas mis buenas inclinaciones en tierra, que persevero en este estado, a despecho y pesar de lo que entiendo...".
Quijo se queda maravillado al oirle decir esto y sentencia: "Señor Roque, el principio de la salud está en conocer la enfermedad y en querer tomar el enfermo las medicinas que el médico le ordena; ...los pecadores discretos están más cerca de enmendarse que los simples..." Solo queda esperar "...mejoría de la enfermedad de su conciencia...vengáse conmigo, que yo le enseñaré a ser caballero andante, donde se pasan tantos trabajos y desventuras, que, tomándolas por penitencia, en dos paletas le pondrán en el cielo".
Llegan los viajeros: "dos caballeros a caballo, dos peregrinos a pie, un coche de mujeres con hasta seis criados... dos mozos de mulas". "Cogiéronlos los escuderos en medio, guardando vencidos y vencedores gran silencio, esperando a que el gran Roque Guinart hablase...". Roque les pregunta quienes eran a donde iban y cuánto dinero llevaban. Le contestan que son "...dos capitanes de infantería" tienen "...su compañía en Nápoles". Se dirigen a Barcelona para embarcar en cuatro galeras que les llevarán a Sicilia. Llevan "...dos cientos o trescientos escudos". Los peregrinos también van a embarcar rumbo a Roma y llevaban sesenta reales. En el carruaje iba "...doña Guiomar de Quiñones, mujer del regente de la Vicaría de Nápoles, con una hija pequeña, una doncella y una dueña..." y los seis criados que les acompañan. Llevan seiscientos escudos.
Roque hace cuentas y ve que tienen novecientos escudos y sesenta reales. Dice que a ver a cuánto toca a cada uno de sus sesenta escuderos. Éstos, llenos de júbilo, gritan "--¡Viva Roque Guinart muchos años, a pesar de los "lladres" que su perdición procuran!". Se afligieron los capitanes, entristeció la señora regenta "...y no se holgaron nada los peregrinos, viendo la confiscación de sus bienes". Les tuvo en suspense unos cuántos minutos pero luego acabó pidiendo prestado sesenta escudos a los capitanes y ochenta a la señora regenta "...para contentar esta escuadra que me acompaña, porque el abad, de lo que canta, yanta, y luego puédense ir su camino libre...". Les da un salvoconducto para que no les vuelvan a atacar "...algunas escuadras mías que tengo divididas por estos entornos...". Los capitanes quedan muy agradecidos y "...la señora doña Guiomar de Quiñones se quiso arrojar del coche para besar los pies y las manos del gran Roque, pero él no lo consintió en ninguna manera...".
"...Trayéndole aderezo para escribir...Roque les dió por escrito un salvoconducto... Admirados de su nobleza, de su gallarda disposición y extraño proceder, teniéndole más por un Alejandro Magno que por ladrón conocido." Uno de los escuderos de Roque dice que "...nuestro capitán más es para frade que para bandolero: si de aquí en adelante quisiere mostrarse liberal, séalo con su hacienda, y no con la nuestra." Al oir ésto, Roque, sacó su espada y "...le abrió la cabeza casi en dos partes, diciéndole: --de esta manera castigo yo a los deslenguados y atrevidos. "Todos enmudecieron y no osaron levantar la voz ...tanta era la obediencia que le tenían".
Roque luego escribe una carta "...a un su amigo a Barcelona" (ay, ay, ay, mucho me temo que va a ser Sansón Carrasco...) diciéndole que Quijo está con él y que en cuatro dias él y Sancho "...se le pondría en mitad de la playa de la ciudad, armado de todas sus armas, sobre Rocinante su caballo, y a su escudero Sancho sobre un asno y que diese noticia de esto a sus amigos los Niarros, para que con él se solazasen...". (¿Vuelven las burlas?)
Seguiremos con el LXI.